Todo lo que sé de la Semana Santa de Málaga lo he aprendido en más de once años de transitar sus calles llenas de fe, de devoción, de trabajo y hermandad.
He escuchado las bandas, las saetas, las expresiones populares; he visto sus tronos, los terciopelos de sus cofradías, las flores, los trajes; he sentido los aromas del incienso y de las diferentes propuestas gastronómicas que nos ofrece la ciudad y me he impregnado de su tradición hasta romper en lágrimas.
No nací en Málaga, nací muy lejos, donde las tradiciones son totalmente diferentes y hasta la lengua varía en muchísimas ocasiones, pero he aprendido a valorar y disfrutar de cada actitud malagueña con el cariño sincero del agradecimiento.
Estas calles saben que las camino, que las escucho, que las siento y las vivo con el corazón, entregándoles lo mejor que puedo y de la mejor manera cada día, tal y como lo he hecho en todos estos años.
Por eso no importa si no he aprendido todo, al día de hoy, o si confundo los términos lingüísticos o las diferentes acepciones de tan extensas tradiciones gramaticales a lo largo del territorio español porque lo único que tiene realmente valor no es sólo lo que podamos ofrecer cada uno sino cómo lo hacemos y el empeño que pongamos en ello y la mejor manera de hacerlo es tal y cómo lo intento yo y como ha conseguido hacerlo tanta gente maravillosa en estos días de Semana Santa en Málaga, hermanados en el calor de un mismo fin lleno de principios: con la sencillez del corazón.

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