Desde la otra orilla
La
escritora Flavia Catella Zancada, desde la ciudad de Málaga, comparte las
páginas más entrañables de su primer libro “Entre dos lunas” con Santa Fe, su
ciudad natal, recordando los devenires de un reencuentro con sabor a querencias,
abrazos e infortunios.
Hace
más de doce años que dejamos Santa Fe, una ciudad que hoy se nos presenta como
lejana en nuestras posibilidades pero cercana en el corazón de las añoranzas.
Por ese motivo no creo tener más derechos que nadie de permanecer en su memoria
pero, sin embargo, la distancia muchas veces ayuda a que los recuerdos
permanezcan intactos o que, simplemente, renazcan ante el menor esfuerzo por
traerlos de vuelta, ante la mínima intención de revivir una parte de nuestra
vida que fue buena y que nos hizo lo que somos ahora, a pesar, o a propósito,
de nuestras capacidades, dificultades y errores.
A
raíz de eso, una vez llegada a Málaga, asentada y seducida por un cambio que
podía satisfacernos y ayudarnos a crecer, comencé a rebobinar buscando un
comienzo, las preguntas que habían dado origen a tantas respuestas y las
actitudes de las personas que estuvieron a nuestro lado cada vez que hacíamos
algo en favor de nuestro crecimiento personal.
En
esas “noches de trasnoches” y esas mañanas de reflexiones que buscaban hacerse
un hueco entre camas sin tender y comidas por preparar, surgió mi primer libro,
“Entre dos lunas”, publicado en la ciudad de Málaga por Editorial Vértice, a
miles de kilómetros de distancia de nuestros hogares, con el alma sobre el
teclado de la computadora, las lágrimas como testigos fieles de tantas
conclusiones y el corazón en un galope incesante de sentimientos controvertidos
e imágenes imborrables.
Uno
de los capítulos de esta querida epopeya, escrita durante más de un año en una reclusión
que insistía en llevarme nuevamente, y después de tanto doblar esquinas
desconocidas, a recorrer las calles de nuestra ciudad natal, habla de nuestra
visita a Santa Fe tres años después de haber encontrado nuestro lugar en tierra
andaluza, de los reencuentros con nuestras querencias, con nuestras familias,
amigos y con una ciudad que nos brindaba un sol tímido de frío invierno y los
comentarios de su gente sobre los días difíciles que les habían tocado vivir
unos meses atrás, cuando el río Salado abría sus fauces y se devoraba la
impotencia y la desolación de una ciudad asediada por la amenaza constante de
sus ríos, el día en que la hermosura de sus aguas se hubo convertido, una vez
más, en una bestia salvaje, hambrienta de espacio y libertad.
Todo
lo que vivimos esos días ha quedado para siempre grabado en las páginas de
“Entre dos lunas” para compartirlo con quienes quieran estrechar los brazos
lánguidos de la nostalgia, para llevarlo conmigo para siempre, para releerlo
cada vez que queremos recordar lo que nunca debemos olvidar y para sentir la
satisfacción de conservar lo que nos ha hecho grandes y fuertes, en el calor
sólido y palpable de la permanencia.
A
orillas de otra luna
” (…) Nos
acostamos tarde y nos levantamos muy temprano. Dormimos en la casa grande de
calle Patricio Cullen y amanecimos con las facturas con dulce de leche sobre la
mesa y con Schumacher corriendo el Gran Premio de Hungría.
Marta y
Alejandra nos esperaban con los canelones de espinaca en el horno.
Marta
seguía viviendo en su pequeño piso (…), con sus particulares vecinos, en donde
nuestro hijo vivió su primer año de vida y Alejandra tenía una hermosa casa en
la ciudad de Santo Tomé, junto a la ciudad de Santa Fe, con un gran patio lleno
de perros y un asador enorme que se encargaba de reunir a los amigos junto a
él.
Pero ese
mediodía no hubo asado porque habíamos vuelto a reunirnos, tantos años después,
para seguir con la tradición gastronómica de degustar los exquisitos canelones
caseros de nuestra amiga Marta.
Fue una
tarde tranquila de fotos y recuerdos, de confesiones y relatos sobre los
avances y los retrocesos de nuestras vidas.
Ellas
seguían trabajando (…) y tenían mucho que contarme al respecto pero sobre todo
nos relataron hasta romper en llantos los devenires trágicos de la última
inundación que habían padecido en la ciudad hacía solo unos meses atrás.
La ciudad
de Santa Fe se encuentra ubicada entre dos ríos, el Paraná y el Salado, pero
aunque naturalmente su emplazamiento geográfico se sitúa en un área susceptible
de ser afectada por inundaciones en aquella ocasión hubo muchas omisiones
políticas, además de los fenómenos naturales, que permitieron el
desencadenamiento de la catástrofe.
El día 28
de abril de ese año 2003, por la noche, se desbordó violentamente el río Salado. Lluvias muy intensas causaron una creciente
extraordinaria del río y sumado a la imprevisión oficial, a las obras
inconclusas, ya que hacía más de diez años que no se medían las alturas y los
caudales de los ríos por falta de presupuesto, a la desidia, porque el
gobernador provincial y el intendente municipal habían dicho que no habían
recibido ninguna alerta de la catástrofe mientras que la Universidad Nacional
del Litoral y otros institutos dedicados al estudio del agua y a la tecnología
agropecuaria aseguran haberlo hecho y a la inoperancia de los organismos
competentes, un tercio de la superficie de la ciudad quedó bajo el agua y en
pocos minutos las calles de Santa Fe se convirtieron en una maratón demoledora,
con dramáticos resultados.
Más de cien
mil personas debieron huir precipitadamente de sus hogares y muchas no pudieron
hacerlo, encontrando la muerte en la creciente que arrastraba sus casas, sus
animales y su vida, en el destino de un pueblo amenazado por el agua de los
ríos que la rodean y por la inoperancia de sus gobernantes, siempre atentos a
otro tipo de litigios que no conciernen al bienestar de la población y a su
dignidad de vida.
Esa tarde
Carlos, el marido de Alejandra, se dejaba vencer por los recuerdos de esos días
en la sobremesa de su casa de la ciudad de Santo Tomé contándonos los pormenores de la inundación
que había sucedido sólo unos meses antes de nuestra visita.
-Los
vecinos le avisaban a aquella anciana que venía el agua…- decía con emoción
mientras se aferraba al mantel para contener las lágrimas-. Le pedían que
corriera, que saliera de su casa, que el agua estaba llegando…Pero ella no lo
vio y el agua se la llevó ante los ojos de sus vecinos- contó Carlos con un
hilo frágil de voz, abatido por el dolor.
-El error
de aquella anciana había sido, simplemente, estar de espaldas a la masa de agua
que se acercaba como una garganta hambrienta, devorando todo a su paso…- nos
comentaba Carlos entre llantos mientras Alejandra abrazaba a su marido desde la
parte posterior de la silla, pretendiendo que nada de lo que habían vivido
fuese cierto. Que ella no quedó inmovilizada varios días en la otra esquina del
puente que la cruzaba a la ciudad de Santa Fe, que no habían visto a tanta
gente deambular por las calles, perdida, sin destino aparente, con el rostro
invadido por la preocupación y los ojos ciegos de impotencia, que no habían
visto los telediarios mostrando las calles de la ciudad transformadas en ríos,
a los vecinos cargando con sus hijos y sus animales hacia ninguna parte y a los
habitantes de las casas morir dentro de ellas, en el abandono de sus fuerzas;
que no sabían nada de las escuelas que permanecieron cerradas a los estudiantes
para transformarse en albergues temporales de espíritus desesperados y
abandonados a su suerte.
Alejandra
consolaba a su marido mientras Marta lloraba en la otra esquina de la mesa
abrazada a los álbumes de nuestras fotos en las montañas prósperas de Málaga,
convenciéndonos de que no sólo habíamos hecho bien en volver unos días sino que
habíamos hecho mejor en irnos, antes de que la profecía devastadora se
cumpliera y de que los políticos (…) no pudieran impedir que se cerraran las
cuentas de los bancos con todo el dinero de los trabajadores dentro y antes de
que los gobernantes de la ciudad de Santa Fe permitieran que se ahoguen los
últimos latidos de un pueblo desesperado, un pueblo humedecido más por las
lágrimas que por el galope arrogante del río Salado que había golpeado su furia
sobre las espaldas de tantas pequeñas ilusiones que ese abril del año dos mil
tres morían solas en el barro abandonado del silencio. “ (…)
“Entre dos lunas” (Editorial Vértice)
http://www.ellitoral.com/index.php/diarios/2013/04/27/nosotros/NOS-08.html
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